Esenciales de la cuarentena: el Hombre del Butano

El Hombre del Butano durante el reparto en plena cuarentena por la alarma del coronavirus

Los usuarios de bombonas de butano para calentar el agua y la calefacción en el hogar sabrán apreciar mejor que nadie lo necesario que es el servicio de estos profesionales, sin quienes habrían pasado una cuarentena gélida en sus confinamientos los días más fríos de la primavera madrileña.

El Hombre del Butano no discrimina clientes. Va, a donde le reclamen, portando las bombonas hasta la puerta o más allá. Llega a donde haga falta, expuesto a los microbios invisibles alojados en los hogares que atiende cada día. Gente cuyos nombres conoce, en su mayoría, desde hace muchos años. 

En mi barrio todavía se anuncia a campanadas, golpeando las bombonas con energía para que se le oiga y le puedan avisar quienes necesiten un recambio. Todo el vecindario conocemos su sonido. Es un clásico de Madrid que tiende a la extinción, ya que hay gente que protesta por el ruido. Las compañías de gas han puesto a disposición un servicio de atención telefónica que no acaba de complacer a los clientes. Los que tienen opción (y confianza con el hombre del butano), acuerdan un código, como colgar una bolsa blanca en el balcón o la ventana, como señal de que necesitan su visita (él ya sabe cuántas bombonas llevar), y se ahorran la desagradable experiencia de hablar por teléfono con un robot.

El Hombre del Butano es un testigo presencial de los efectos de la pandemia en la intimidad de la ciudad. Conoce las casas por dentro, a las familias que las habitan, sabe los nombres de los animales, y se da cuenta cuando hay alguna ausencia.

 

Fotos y texto: Ibán P. Sánchez

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